Me gusta frecuentar la panadería del barrio no tanto por la calidad de su café y panes, sino porque afuera del local hay dos mesas de color verde perlado que me facilitan las cosas cuando llevo allí a Preta y a Flora, mis perritas y compañía. Estas mesas en particular tienen debajo de las tapas dos trocitos de lámina doblados en úes, unidos con soldadura a la estructura metálica que las soporta, y que en la mente del soldador tal vez cumplían la función de colgar las bolsas de mercado de la fatigada clientela, que recién llegada de los supermercados aledaños, a sorbo de una Coca-Cola, un masato, una avenita casera o el cotidiano café, podría disponer de la superficie con mayor confort. Sin embargo, en el tiempo que he frecuentado esta panadería, no he visto que una sola bolsa de mercado se bambolee debajo de la mesa. Quizás porque sea preferible ocupar el espacio con las manos ociosas e inquietas que golpear una lata de atún o una panela, macerar la fruta o quebrar los huevos con las ansiosas y neuróticas rodillas. Yo paso uno sobre otro la argolla de los collares en uno de los dos ganchos y pido un café. A veces la curiosidad marca sus giros y el fracaso de un soldador que puso dos ganchos debajo de las mesas para colgar bolsas de mercado termina siendo un éxito cuando de atar perros se trata, pues estos ganchos son casi perfectos para los collares de los canes. Felicito pues al soldador y a su ingenio, pues sus ganchos para bolsas de mercado son una muestra clara de que en todo fracaso siempre será posible otra lectura.
lunes, 12 de febrero de 2024
jueves, 22 de junio de 2023
Noches
Muy lejos finges una idea para fijármela, para que yo siga ahí, creyéndolo todo ingenuamente. Acá la noche me quema más que de costumbre con su maldito silencio y con ese frío que sabe a tu ausencia, a tu muerte, a mi enfermedad. No estábamos preparados para irnos ni teníamos la certeza de poder quedarnos, esperábamos como idiotas las noticias, pero nunca llegaron las que en verdad queríamos. La soledad se fijó a nuestras costumbres y nos fuimos yendo poco a poco, muriéndonos en todo lo que pudimos ser y nunca fuimos. Ahogamos los días en la cama y en ella metimos a otros que hacían lo mismo que hacen todos los que no buscan nada más que perder un poco. Mentimos y mantuvimos por años la misma farsa con la urgencia del mitómano. Urdimos en nosotros mismos todos los rencores posibles y de vez en cuando los dejamos flotar sobre algún recuerdo tenue de alguna noche de amor o sobre el idilio de esa lejana ternura adolescente de los besos en las madrugadas. Dejamos que el tiempo lo destruyera todo, el tiempo que no cura nada; el tiempo que aniquila la esperanza, la fe y todas ganas de vivir. Sabíamos que estábamos destinados al desencuentro y nos buscábamos con un poco de compasión el uno por el otro. Sí, era la compasión la que nos movía, un sentimiento absurdo de solidaridad que no servía para nada más que fastidiarnos desde adentro, sin tener que decirnos nada. Y así, en silencio, nos metimos en la cama sin el cuerpo del otro, fingiendo amar y creyendo en la idea de otros sentimientos más nobles y maduros, pero lo único que ardía era el odio y ese animal triste en que se terminan convirtiendo los hombres cargados de deseos de muerte, de una muerte ajena, desinteresada; de una muerte sin nombre ni historia; de otro amor naciente en el acto de la penetración.
miércoles, 8 de marzo de 2023
Reflexiones sueltas sobre el conocimiento de la lengua– A modo de reflexión docente
“Para no hacer de mi ícono pedazosPara salvarme entre únicos e imparesPara cederme un lugar en su parnasoPara darme un rinconcito en sus altaresMe vienen a convidar a arrepentirmeMe vienen a convidar a que no pierdaMi vienen a convidar a indefinirmeMe vienen a convidar a tanta mierda”.
El hablante que no conoce el funcionamiento de su propia lengua está en todo su derecho de ignorarlo, pues su necesidad tiene un sentido estrictamente pragmático; le basta ejecutar el conjunto de formas comunicativas que ha adquirido (y que conoce culturalmente) para desenvolverse dentro del contexto que lo rodea. Así como la persona analfabeta soluciona sus principales problemas para sobrevivir, un hablante logra comunicarse sin tener necesidad de un conocimiento teórico de las reglas que rigen su lengua materna. Entonces, es normal que el “analfabetismo lingüístico” esté extendido en todas las capas sociales y que este no se vea como un agravante de los problemas que nos atañen.
Sin embargo, así como ha sido crucial eliminar el analfabetismo a través de la historia para conseguir la libertad de pensamiento, el aprendizaje consciente de la lengua materna es importante para mejorar las condiciones del pensamiento; o de su materialización (como lo plantea Walter Ong). Por ejemplo, en términos políticos, si la democracia depende en gran medida de las decisiones de sus ciudadanos, la incompetencia de algunos para leer, escribir, comprender e interpretar las circunstancias que rodean la democracia conlleva al deterioro de esta. Por lo tanto, es imprescindible que los ciudadanos reconozcan en la palabra escrita una fuente de conocimiento y de poder.
En ese sentido, quien tiene consciencia de la lengua accede a la interpretación y podría acceder también a la transformación de las leyes. Alguien que pueda redactar sus propias peticiones e interpretar las leyes que lo gobiernan, está más cerca de construir una verdadera democracia. Por esto, sin ir muy lejos, la escritura y la lectura exigen conocimientos, habilidades y actitudes (Cassany, 1995) como pilares de la materialización del pensamiento, y por qué no decirlo; como fundamentos de un ciudadano crítico y propositivo.
En este orden de ideas, resultaría llamativa una educación que privilegie el estudio de la lengua como un instrumento para el fortalecimiento de la identidad. Donde cada uno tenga la capacidad de generar y discutir las ideas con plena conciencia del valor del discurso y no únicamente como el acto inocuo de hablar por hablar, con el único propósito del entretenimiento o, en el caso del contexto académico, del cumplimiento de trabajos y requisitos curriculares carentes de sentido. Ojalá no nos quedáramos favoreciendo unos lineamientos exigidos por burócratas que reparten títulos sin conciencia ética del valor de los saberes, ojalá desde el aula se diera un verdadero reconocimiento a la voz y a la escritura de los educandos como proyección de reflexiones profundas y creativas, ojalá se tomara un poco más en serio a la palabra así fuera para el humor, ojalá en las aulas de clase se despertaran nuevos líderes y no meros sujetos alienados con el sino de la subyugación.
Volviendo atrás, a la persona analfabeta, podría decirse que su “ignorancia lingüística” no le impedirá superar ciertas dificultades para la supervivencia; sin embargo, por supuesto que habrá dificultades de índole lingüístico que lo lleven a recurrir a alguien competente para solucionarlas. Por ejemplo, no es lo mismo escribir un mensaje en WhatssApp o Facebook que completar una solicitud para una institución, poner una tutela, o escribir una tesis. Tampoco es lo mismo leer un comentario que alguien haya escrito en alguna red social que comprender un contrato laboral, interpretar un decreto, o elegir a un político correcto. Es evidente que hay tareas que exigen conocer el idioma para darle uso correcto de acuerdo a las situaciones de comunicación. Si dicho conocimiento no es suficiente, el estado de supeditación y de vulnerabilidad aumenta con relación a quien sí lo tiene. Los códigos de la lectura y de la escritura se revelan a quien los usa constantemente, no como un acto del azar sino como todo un conjunto de disposiciones sicológicas, sociales y culturales que van a la par del conocimiento de la lengua. Entonces, quien estudia, analiza, practica y comprende el funcionamiento de la lengua tiene mayor posibilidad para resolver sus dificultades comunicativas y decisorias, asegurándole, al menos, mayor independencia y libertad que el analfabeto.
Un primer paso en firme para cerrar esta brecha debería darse en la familia, a partir del diálogo argumentado de las ideas que surgen al interior del hogar, pero es claro que el espíritu actual de la familia no se detiene en el diálogo asertivo o argumentativo. Al contrario, este se ve constantemente permeado de superficialidades y opiniones vagas, características del hombre alienado de la posmodernidad. Así pues, con este vacío lingüístico que se nutre desde el interior del hogar, la educación queda relegada a las empresas educativas. Dentro del hogar se privilegia el ocio, pero no el ocio en los términos que describe Byung-Chul Hang, sino más en la dirección trazada por Vargas Llosa en la Civilización del espectáculo. Es decir, el ocio no es un acto contemplativo sino la consecuencia del aburrimiento abrumador del trabajo. El letargo lingüístico y comunicativo en el interior del hogar es el útero de la ignorancia, el asentamiento de la obediencia y la matriz de la infertilidad intelectual. Las charlas en el comedor pasan a ser escasas, los diálogos limitados al orden de lo cotidiano y de lo trivial. Los espacios comunes se ven interrumpidos por las pantallas que ofrecen una intimidad engañosa, la vida crece de la mano de las tecnologías que facilitan las tareas y empobrecen la reflexión. Los padres y los hijos son seres ajenos que se olvidan del abrazo y de los sentimientos genuinos de solidaridad. La vida al interior del hogar es la preparación para la impostura y el desencanto constante en el mundo exterior. Además, las bibliotecas se cambian por grandes pantallas de alta resolución y sonidos artificiales capaces de generar atmósferas de toda índole que endurecen las mentes al sentido de lo imaginativo. Se habla más del famoso en lista en cuanto el libro agoniza sin un lector capacitado. Surgen hogares llenos de carcomas que ven en el aprendizaje de la lengua una cuestión de protocolos y burocracias, en donde el aprecio por la lengua pierde su valor como un vínculo real del significado de la familia o de la comunidad (palabras en vía de extinción). Así pues, la responsabilidad de esa formación lingüística queda en manos del sistema educativo que, por sus propósitos comerciales y por su sostenimiento en el mercado, tampoco cumple satisfactoriamente la tarea de formar en el Ser sino el en el Tener.
Todo esto conduce al deterioro de las habilidades comunicativas y a la normalización de una ética fundamentada en el mercado, cuyos fines son el otorgamiento de certificados de grado que permiten a las empresas los suficientes clientes para mantener su lucro y sostenibilidad. En otras palabras, se privilegia el mercado por encima del saber, se da mérito a quien paga más - y a tiempo- una pensión, que a quien domina las competencias para el desarrollo íntegro de la persona. Ni siquiera, la administración de muchas de esas empresas educativas respalda a los educandos con bibliotecas bien dotadas, tecnología para el rápido acceso a la información, o docentes expertos en el saber y la didáctica. De este modo, si el primer paso que se da en la familia está lleno de malos aprendizajes, el paso que se da en los escenarios educativos formales resulta más complejo y carente de ética.
Por una parte, al venir formándose un sujeto en cuyos principios y valores no destaca la comunicación y el sentido de la autocrítica, su interés por el uso correcto o por el conocimiento de la lengua es casi nulo. No hay reconocimiento de la ignorancia que le atañe, pues cree, ingenuamente, que le basta con la facultad que tiene para hablar y escuchar, o las escasas habilidades para leer y escribir. Al venir formándose un sujeto carente de valores y reflexión al interior del hogar, queda para la educación la tarea de desestructurar y examinar esa axiología familiar para potenciar ideologías autónomas. No obstante, es dudoso que esto se logre, puesto que las empresas educativas, en el fondo, se preocupan más por mantener a sus clientes, para financiarse dentro de una economía capitalista, que por aportar valores propios de una sociedad libre y culta. Es decir, los educandos quedan “protegidos” por las empresas educativas para que los padres o clientes puedan cumplir con sus obligaciones laborales que les permiten cumplir con los pagos a las empresas. De manera que, una vez más, el círculo vicioso queda reducido al cuidado de los clientes y al otorgamiento de certificados exigidos por la burocracia educativa y el mercado en general. En términos de Nuccio Ordine, en La utilidad de lo inútil, y tomando vagamente sus ideas, se privilegia el tener por encima del ser; se pone al cliente por encima de las necesidades profundas del educando.
A muy pocos parece importarle el asunto del cuidado de la lengua y de su conocimiento, pues ni siquiera los profesionales de la educación tienen los conocimientos, las habilidades y las actitudes necesarias para la escritura, mucho menos habrá que esperar de sus habilidades para la enseñanza y la pedagogía. Con tal de que la clientela se favorezca y los títulos se otorguen todos parecen ir en el tren celebérrimo de la ignorancia, de la burocracia y del vacío ético.
Además, en el panorama que concierne a las empresas educativas en materia de contratación, los educandos se subordinan, en muchos casos, a docentes “certificados” que propenden más por los fines de las empresas que por mantenerse en coherencia a la tarea pedagógica de la enseñanza y el conocimiento de la lengua. Subyace a todo esto la esclavitud emergente desde la banca, donde la deuda y los créditos obtenidos subyugan al docente que se ve obligado a trabajar para cuidar sus intereses personales, dejándolo a merced del poder de las empresas que le restan valor como maestro, proponiéndole, incluso, denotaciones de significado más cercanas al mercado que a la pedagogía, como, por ejemplo, de academia se pasa al de corporación educativa, de educando al de usuario, o de maestro al de instructor y asesor.
A todo esto, hay que sumar la velocidad del mundo actual y su trasfondo de posmodernidad, donde la superficialidad, la poca consistencia de proyectos a futuro, la frivolidad, el desinterés y el egoísmo son protagonistas. Queda así relegada a unos pocos la contemplación, la profundización de las ideas, el trabajo cooperativo y el pensamiento crítico. Parece, pues, que el sistema económico que tenemos condiciona la enseñanza y el aprendizaje de la lengua a un segundo plano, a uno que permite tener el control del conocimiento y acomodarlo, donde el rigor y la sensibilidad frente al saber terminan siendo vistos como tareas aburridas.
Se busca que las empresas educativas tengan un eslogan pegadizo al oído torpe, bajo preceptos del marketing. Los clientes se dejan caer en las redes de empresas que, incapaces de ver en el conocimiento, en la ética, en el rigor y en el cuidado de los saberes, no aportan bases fundamentales para la democracia. Incluso hay casos donde la propaganda muestra que la función docente se reduce al entretenimiento, a las formas de cuidado y a la instrucción. Entonces, mientras la educación gire en sentido de los productos y de las titulaciones como parte del consumo, habrá que anunciar el ocaso de la pedagogía. Brotará, pues, una cantidad de plagas que algunos perciben como valores y no como enfermedades de la sociedad.
Una vez triunfa la mercadotecnia, el clientelismo, el servilismo, el lucro y la sostenibilidad de la competencia a partir de la mentira, triunfa también la ignorancia, la mediocridad, la burocracia y el consumismo; males propios de una sociedad incapaz de asumir la libertad. Muy poco espacio queda para el conocimiento de la lengua, como propulsor de la autonomía, y muy poco también para el desarrollo de personas capaces de discernir y cuestionar las dinámicas de las empresas que dicen educarlos. Básicamente, y de forma escueta, las empresas educativas garantizan temáticas para llenar currículos inconexos, ponen tareas por montones para evidenciar aprendizajes también inconexos y, por último, ofertan certificados que permiten el acceso de los educandos a niveles “más avanzados” en materia educativa sin saberes bien fundados. Todos se sirven en la misma mesa, todos se nutren de lo mismo y nadie se atreve a proponer el debate por el miedo que crece cuando el poder coquetea cínicamente con arrebatar la posibilidad de su preciado título o fin personal.
Se ve pues que, el sistema económico subordina al sistema educativo y que este, por su parte, no es garante de una educación de calidad que permita el estudio de la lengua o de aprendizajes significativos, pues las tareas, que exigen rigor científico, didáctica y sentido pedagógico, incomodan a ciertos clientes y a algunos trabajadores que, por encima de todo, prefieren cuidar sus intereses particulares. En otros términos, los primeros sienten la necesidad de que su dinero surta efecto en la promoción efectiva de sus hijos y los segundos se ocupan de cuidar su puesto de empleo para poder cumplir obligaciones financieras o pequeño-burguesas. Mientras tanto, el panorama para el educando es una farsa del absurdo que tarde o temprano lo lleva de frente con realidades que no alcanzará a comprender, quedando así aletargado en su indómita ignorancia establecida, cuidada y domesticada por las empresas educativas. Allí donde el saber es visto como un producto se forjan estructuras mentales que favorecen la indiferencia, el egoísmo y la trivialización de la educación.
En suma, queda claro que si ese segundo paso, dado en las instituciones para la enseñanza, se da en falso, la educación no será más que un producto de consumo de pésima calidad y no un proceso complejo que requiere derribar el vacío ético ya normalizado e institucionalizado. Por ello, yendo al campo relacionado con el conocimiento de la lengua materna, la tarea queda en manos de los maestros y de los padres cuyo espíritu crítico no se ha dejado opacar por un sistema paridor de consumistas. Quizás así la oportunidad de un mundo equitativo, justo y con verdaderos valores no sea una utopía sino una realidad. No en vano queda preguntarnos: ¿cómo fortalecer el conocimiento del lenguaje y de la libertad para contrarrestar las nefastas consecuencias éticas y de convivencia que deja un sistema económico que procura cada vez más la alienación de las personas a favor del mercado?
domingo, 31 de agosto de 2014
lunes, 11 de agosto de 2014
Ensoñación I
Un viejo piano en mis manos y mi voz en mis sueños moribundos. Todo se amasa en el aire: nace uno en mí, lejos de mí. Un susurro pongo en la oreja naciente para aliviar mis faltas que son las mismas de siempre.
Nada te digo. Sólo canto mi memoria. Miro el cristal bruñido que imprime un cuadro de la infancia llena de sueños. Estoy frente a ti. Me desdoblo y viajo lejos de aquí. Allá está el otro. Allá lo dejé y hoy lo traigo.
Te invoco Orfeo, te hago una humilde plegaria: “Dame un canto que me alcance hasta la muerte y lleva esta voz trémula con el aliento de tu lira”… Es verdad. No me alcanzará la voz. No llegará hasta ningún dios. Mejor escucho las bocas de la madrugada, me lleno del murmullo de su fantasía. Me pierdo en uno de sus viajes y no vuelvo.
Canta vida, canta ahora que puedes. Canta y no me dejes tan solo. Cantan los ojos, esos ojitos que no ven la mancha que crece, con los años, en la córnea de la mente, en la tierra del corazón.
jueves, 31 de julio de 2014
Uno más, uno menos
The crying Boy. Bruno Amadio |
Ahora ya lo sabes: No fue solo Fabio, también fueron Jhon, Nelson, Javier, Carlos, Jonatan y otros de los que tuve caridad. No te los menciono a todos, pero ten claro que nombres hay de todas las letras. Además, no vale la pena gastar saliva contigo. Suficiente fue la que se me quedó esta noche en la cama, la misma que tú tomaste. No pienses que fue deseo. La verdad sé muy bien el lugar que piso. Yo camino libre y atiendo a mis enfermos, los curo y se van.
Contigo es diferente. Por tanto soñar estás condenado a morir enfermo y yo con enfermos terminales no me acuesto dos veces. Para ti, sí que es difícil que metas en tu cabezota que esa es mi naturaleza, así he sido siempre; incluso cuando te quise.
Ahora, querido, una lista de espera hay que atender. Vete y llévale esas palabras de poeta a alguna que se las coma, yo no creo en eso. Yo nunca te las creí. Siempre me parecías un niño que le pide a su madre, con palabras bonitas, alcanzar un juguete. Eso de la poesía es de niños, de mariposos y de mujeres sentimentales. Yo no creo en eso. Yo deseo muchas cosas y ni tú, ni tus palabras están en la lista. No tienes con qué. ¡No chilles, cobarde!, al hombre que lo hace nada bueno le espera en un mundo de machos. ¡Vete!, ni siquiera yo que soy mujer me pondría a llorar. Uno más, uno menos, me da igual.
(Por Edison Quiroga Mateus)
sábado, 26 de julio de 2014
No te vayas tan pronto
lunes, 10 de marzo de 2014
Crónica de la primera vez.
Usted podrá imaginarse bien la tarea de la recolección y hasta encontrarla amena, sin embargo no era mi caso. De pie y no de rodillas -como me correspondía- coger café es todo un arte, pues se necesita bastante destreza para seleccionar el fruto maduro del verde de manera que todo se haga rápidamente y que el recipiente se lene de pepas y no de hojas. Por lo menos así era en las fincas que conocí de pequeño. La prisa que entonces afanaba al obrero era la justa, pues por más bultos que cogiera siempre recibiría el valor de su jornal. Ahora las cosas han cambiado y el tipo de obrero también.
No hace mucho, en vacaciones, quise recordar algo de eso que llevo dentro y que poco a poco en la ciudad he ido olvidando; eso de ser campesino. Un buen amigo me dijo: “Oiga compadre Tinson necesitan gente para coger café en la hacienda, pagan por kilos y hay buena cosecha”… Lo pensé por unas horas y después de hacer algunas reflexiones y cálculos de matemática básica decidí trabajar una semana recolectando café en la hacienda de los hermanos Ramírez. Pero mi propósito no era estrictamente vivir la experiencia cerca del campo por unos días. Detrás del deseo estaba la necesidad; el afán de conseguir unos pesos para pagar aquellas deudas que en ocasiones son como los perros bravos de las fincas por las que tenía que pasar de niño. Entonces tenía que deslizarme con mucho cuidado, bien armado de chamizos y dispuesto a correr, ahora debo conseguir trabajo y armarme con billetes para que no aparezcan los perros furiosos.
Crónica de la navidad
Adoration of the Shepherds 1646. Oil on canvas. National Gallery, London, UK Rembrandt: Adoración delos pastores, 1646. Oleo. |
enhorabuenas y postales
con votos de renovación;
y yo que sé del otro mundo
que pide vida en los portales,
me doy a hacer una canción.
La gente luce estar de acuerdo,
maravillosamente todo
parece afín al celebrar.
Unos festejan sus millones,
otros la camisita limpia
y hay quien no sabe qué es brindar […]”
y no tener tampoco es prueba
de que acompañe la virtud;
pero el que nace bien parado,
en procurarse lo que anhela
no tiene que invertir salud”.