lunes, 11 de agosto de 2014

Ensoñación I



Los ojos abiertos como se abre el día, felices de amanecer con esperanzas, con la certeza de ver y oler la mañana.

Un viejo piano en mis manos y mi voz en mis sueños moribundos. Todo se amasa en el aire: nace uno en mí, lejos de mí. Un susurro pongo en la oreja naciente para aliviar mis faltas que son las mismas de siempre. 

Nada te digo. Sólo canto mi memoria. Miro el cristal bruñido que imprime un cuadro de la infancia llena de sueños. Estoy frente a ti. Me desdoblo y viajo lejos de aquí. Allá está el otro. Allá lo dejé y hoy lo traigo. 

Te invoco Orfeo, te hago una humilde plegaria: “Dame un canto que me alcance hasta la muerte y lleva esta voz trémula con el aliento de tu lira”… Es verdad. No me alcanzará la voz. No llegará hasta ningún dios. Mejor escucho las bocas de la madrugada, me lleno del murmullo de su fantasía. Me pierdo en uno de sus viajes y no vuelvo.  

Canta vida, canta ahora que puedes. Canta y no me dejes tan solo. Cantan los ojos, esos ojitos que no ven la mancha que crece, con los años, en la córnea de la mente, en la tierra del corazón. 



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