jueves, 22 de junio de 2023

Noches

Muy lejos finges una idea para fijármela, para que yo siga ahí, creyéndolo todo ingenuamente. Acá la noche me quema más que de costumbre con su maldito silencio y con ese frío que sabe a tu ausencia, a tu muerte, a mi enfermedad. No estábamos preparados para irnos ni teníamos la certeza de poder quedarnos, esperábamos como idiotas las noticias, pero nunca llegaron las que en verdad queríamos. La soledad se fijó a nuestras costumbres y nos fuimos yendo poco a poco, muriéndonos en todo lo que pudimos ser y nunca fuimos. Ahogamos los días en la cama y en ella metimos a otros que hacían lo mismo que hacen todos los que no buscan nada más que perder un poco. Mentimos y mantuvimos por años la misma farsa con la urgencia del mitómano. Urdimos en nosotros mismos todos los rencores posibles y de vez en cuando los dejamos flotar sobre algún recuerdo tenue de alguna noche de amor o sobre el idilio de esa lejana ternura adolescente de los besos en las madrugadas. Dejamos que el tiempo lo destruyera todo, el tiempo que no cura nada; el tiempo que aniquila la esperanza, la fe y todas ganas de vivir. Sabíamos que estábamos destinados al desencuentro y nos buscábamos con un poco de compasión el uno por el otro. Sí, era la compasión la que nos movía, un sentimiento absurdo de solidaridad que no servía para nada más que fastidiarnos desde adentro, sin tener que decirnos nada. Y así, en silencio, nos metimos en la cama sin el cuerpo del otro, fingiendo amar y creyendo en la idea de otros sentimientos más nobles y maduros, pero lo único que ardía era el odio y ese animal triste en que se terminan convirtiendo los hombres cargados de deseos de muerte, de una muerte ajena, desinteresada; de una muerte sin nombre ni historia; de otro amor naciente en el acto de la penetración. 


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